El primer occidental que tuvo contacto directo con I-Ching fue un sacerdote jesuita que actuaba como consejero de la corte china, allá en el siglo XVIII. Podemos imaginar su expresión de asombro al comprobar cómo ese antiguo oráculo llamado I-Ching era consultado en todas las capas sociales del país, desde el labriego más modesto hasta el propio emperador. También le debe haber llamado la atención el hecho de que todas las instituciones, todas las artes e inclusive inventos tales como el arado o las redes eran atribuídos unánimemente a la inspiración que ese libro provocaba.
Tal vez había presenciado alguna de las sesiones de consulta en la sala del palacio real reservada para esos menesteres. La tirada de cincuenta varillas de un árbol considerado prodigioso llamado "milenrama". La ceremonia, morosa, en su esplendor más exquisito. Los rostros de cera del emperador y los oficiantes, reconcentrados, a la luz de los faroles de papel y oro. El tenue fondo musical que aportaban los instrumentos de cuerdas, percusión y vientos.
Y también el ajetreo de los mercados, la gente descalza que se amontona frente a una débil tarima donde un oscuro personaje se inclina y arroja las monedas del ritual, cierra los ojos y habla...
Indudablemente, este libro parecía inervar toda la cultura china, desde la más remota antigüedad. Claro que, en cierta medida, de ese asombro también participamos nosotros, cuando observamos que la bandera de la actual Corea del Sur ostenta cuatro de sus signos fundamentales.
Joaquim Bouvet, que así se llamaba aquel sacerdote, nacido en pleno reinado del racionalismo moderno y formado en los rigores del tomismo aristotélico, no se escandalizó, sin embargo, ante la aparente extravagancia de aquel libro. Antes bien, conocedor de los estudios que por aquel entonces conducía su amigo, el filósofo Leibniz, sobre el cálculo binario (que hoy en día constituye el lenguaje de las computadoras) halló similitud entre este sistema y el sistema del I-Ching, basado exclusivamente en líneas enteras y partidas.
De ese modo, demostrando el más puro espíritu científico, luego de comprobar que no se trataba de filosofía ni de religión, remite a su amigo, a París, una copia del extraño manuscrito, consumándose, así, la entrada de I-Ching en Occidente.
Más tarde, ya a mediados de nuestro siglo, Karl Gustav Jung, el ilustre discípulo de Freud, padre de la Psicología Analítica, llama la atención de la comunidad científica acerca de la importancia que revestía ese texto varias veces milenario. En un famoso prólogo a una de las ediciones de I-Ching, confiesa abiertamente haberlo consultado en muchas oportunidades, haber verificado su extraño comportamiento, similar a una entidad viviente que contesta, y la sabiduría que sus respuestas manifiestan.
El hecho que un psiquiatra del prestigio de Jung se haya ocupado de estudiar el tema, bastó para poner a I-Ching en la mira de mucha gente interesada especialmente en el estudio de los problemas humanos. Hoy lo vemos, traducido a todos los idiomas, en todas las librerías del mundo. Inspirando por igual a intelectuales y gente del llano, en ese duro oficio de vivir.