Para acercarnos al I Ching, lo primero que tenemos que hacer es darnos cuenta que la educación que hemos recibido nos ha entrenado para reducir todo lo que sentimos, deseamos, creemos, etc., a signo verbal.
Queremos con esto decir que todo lo que pasa por nuestra mente y sensibilidad lo reducimos inmediatamente a pensamientos que se expresan en palabras. Palabras que a su vez se ordenan dentro de un orden lineal y causal, que es la sintaxis gramatical del idioma que usamos en Occidente: A un sujeto le sigue un predicado.
De tal modo, nuestra vida tiende a ordenarse de la misma manera, dentro de la idea de un tiempo que va del pasado hacia el futuro, pasando por un breve período que llamamos presente.
Ahora bien: mediante la consulta al I Ching, ese molde verbal, causal, lneal en el cual está encerrada nuestra vida interior, se rompe y entonces, de pronto, nos sentimos frente a frente con la cruda realidad del momento que estamos viviendo, sin nombres ni condicionamientos de ninguna naturaleza. Arrojamos las monedas o los palitos al azar y aparece un hexagrama. No son mandatos los que vemos allí, ni tampoco razones, inducciones ni deducciones lógicas. El I Ching nos mostrará cómo es la realidad en la que estamos inmersos cuando le quitamos los grilletes del idioma con que la pensamos.
Para describir esa realidad desnuda, el Oráculo se valdrá de imágenes y metáforas que no están destinadas a hacer pensar al consultante, sino a ampliar su sensibilidad.
Ellas mostrarán la realidad como una especie de océano en el cual el sujeto flota libremente. Un medio dentro del cual, son sus propias actitudes y acciones las responsables de hacer de él una ciénaga, o un medio para retozar a voluntad.
Evidentemente, el I Ching nos introduce a un modo diferente de encarar la vida y el destino.