A través de mis largos años de ejercicio de la abogacía, he podido comprobar que mi profesión estaba mucho más ligada a lo espiritual de lo que se supone. La gente suele creer que los tribunales de justicia reflejan sólo luchas de intereses. Sin embargo, acontece que es en medio de esas lides donde suelen manifestarse los sentimientos y pasiones más recónditos de las personas.
También me ha llamado la atención que no obstante la enorme cantidad de doctrinas morales, filosofías y políticas puestas en práctica a través de la historia, y pese a los enormes beneficios de la ciencia, la conciencia moral de la población, en los países supuestamente más civilizados, no crece, no evoluciona. Ha quedado detenida en el tiempo y hasta podría decirse que ha involucionado, porque, por ejemplo, las guerras actuales se han transformado en vulgares carnicerías, habiendo perdido las reglas que hace siglos tenían y que morigeraban su intrínseca brutalidad.
¿Por qué, por ejemplo, luego de tan larga historia cultural y en medio de tantas maravillas tecnológicas y tanto confort, los dirigentes mundiales no han querido condenar en serio el estúpido crimen colectivo de unos jóvenes que se matan entre sí sin conocerse, en beneficio de la codicia y apetencias de poder de unos pocos? Ese, y otros fenómenos tales como el creciente vacío existencial y la huida de sí mismo que sufre la gente en los países más desarrollados, exigen inmediata reflexión y acción.
Afortunadamente, desde todas partes del mundo y los campos más diversos de la actividad humana, muchas personas están recibiendo el mismo mensaje desde lo más hondo de sus almas, que dice que es necesario cambiar esta forma de entender la vida y la cultura, que el planeta debe ser protegido y que es preciso urgentemente alcanzar niveles superiores de conciencia.
En mi caso particular, hace mucho tiempo y por puro azar llegué a descubrir el I-Ching, texto que, pese a su oscuridad, me ha brindado luz y consejo. Comparándolo con cualquier producto cultural de occidente, se hace evidente que existen, en la manera corriente de manejar el intelecto entre nosotros, ciertas deficiencias que son las responsables directas del detenimiento de la evolución de la conciencia. Es por ello que juzgamos oportuno estimular la atención sobre estos temas en todo aquél interesado en los problemas humanos.
Lo que primero salta a la vista, de aquella comparación, es la unilateralidad de nuestra forma de pensar. Claro que si no tenemos la oportunidad de confrontar la manera en que lo hacemos con otra totalmente diferente, no nos daríamos cuenta, pero frente a la racionalidad del I Ching, la lógica occidental aparece como la utópica propuesta a caminar sobre un solo pie. Queremos decir, apoyados sólo en la parte conciente de la mente, ignorando la otra mitad que la integra y junto a la cual juega el balanceo necesario que –dicho sea de paso- experimentamos en todo momento en la alternancia necesaria: trabajo/descanso.
La ignorancia del sector oculto sobre el que se apoya la conciencia lúcida, está conduciendo a la mente occidental hacia un punto muerto: Las empresas deben crecer y crecer, sin límite alguno. Lo mismo la riqueza, el desarrollo y la explotación de los recursos naturales. El progreso es un proceso que apunta hacia el infinito, y el objeto de la vida es gozar y exacerbar los sentidos también hacia el infinito. No atinamos a vislumbrar siquiera que todo en este mundo está sometido a las necesarias etapas de crecimiento, declinación y transformación.
El Pensamiento Transfigural es el vehículo que permite a la conciencia trascender el ámbito estrecho de los signos del lenguaje en que se encuentra confinada, hacia esas regiones ocultas que la sustentan. Se trata de un ejercicio de la mente inducido y facilitado precisamente por los signos del I Ching. El despliegue gráfico de éstos expone ante nuestros ojos claramente lo que con el discurso verbal sería imposible de entrever, pensar ni expresar.
Por ejemplo, allí vemos la existencia de distintos futuros posibles de cualquier situación o problema. Vemos que todo acontecer posee determinados futuros virtuales. Y sobre todo –y este es el aporte más valioso de I Ching- nos vemos a nosotros mismos como sujetos capaces de incidir en su concreción real, haciendo uso de nuestra actitud interior.