El Pensamiento Transfigural es un modo más abierto de usar la mente, constituyendo, por ello, una fuente de inagotable creatividad.
Básicamente, nuestro propósito es llamar la atención sobre la forma limitada en que usamos corrientemente el intelecto, que obstaculiza la percepción de aspectos vitales de la realidad, y con ello, impide alcanzar niveles más elevados de conciencia.
Tiene por finalidad facilitar el contacto con el Universo Real, la energía de los valores y el gusto por la vida que se encuentran más allá del edificio de signos que llamamos cultura.
Puede decirse que ofrece al hombre y la mujer adultos la posibilidad de seguir creciendo en conciencia y evolucionar mentalmente, superando las barreras del lenguaje verbal.
La limitación perceptual a que nos referimos tuvo su origen en la antigua civilización griega y aún persiste hasta hoy, cuando sus efectos negativos sobre el individuo y la propia sociedad se hacen deletéreos y no pueden ser soslayados.
Nunca antes tantas personas necesitaron del consumo de fármacos para asumir la sencilla tarea de vivir. Los problemas humanos se multiplican en proporción directa al desarrollo de la cultura, las guerras son cada día más sofisticadas y devastadoras y la Naturaleza es degradada sin piedad. Se perturba el sistema climático, se enrarece la atmósfera, y mares y ríos se transforman en cloacas, entre otras calamidades. Todo hace suponer que de no adoptarse medidas urgentes, nos espera un verdadero futuro de pesadilla.
Lo curioso es que, para enfrentar estos problemas, las clases dirigentes no producen más que discursos, sin ser capaces de adquirir real conciencia de la tragedia. La evolución mental de la humanidad en los países considerados civilizados parece haberse estancado en la Edad Moderna, sin atinar a salir aún del atolladero.
A veinticinco siglos del nacimiento de la Filosofía y el pensamiento especulativo, se advierte una notable desproporción entre los avances técnico-científicos, por un lado, y los graves problemas que la humanidad sufre a nivel existencial y social, por el otro. El modo en que se nos enseñó a pensar, si bien ha producido tecnologías que transformaron la faz del planeta de una manera portentosa y un confort material jamás soñado, ha situado al ser humano fuera del universo real. Es decir, aislado de las energías vitales de la Naturaleza, que son las que debieran hacer del vivir, la alegre celebración que expresan las demás especies vivientes, extasiadas ante el milagro de la vida.
Llama poderosamente la atención que, mientras todas las actividades humanas se encuentran sometidas a una constante revisión y mejoramiento, se haya evitado cuidadosamente aggiornar la más importante de todas ellas, que es la técnica del pensar. Sorprendentemente, hoy seguimos razonamos del mismo modo a como lo hacía Aristóteles cinco siglos antes de nuestra era.
Lamentablemente, hemos confundido el conocer, con el aprovechar, y el comprender, con la capacidad de explotación. Somos capaces de usar las realidades que nos rodean, pero nada sabemos sobre ellas, ni poseemos medios para comprender el sentido de su existencia.
Creemos conocer las cosas cuando averiguamos cómo funcionan, pero no sabemos desentrañar su significado dentro del orden universal. Sería como si, en lugar de tratar directamente con una persona, nos contentásemos con tener a la vista los informes que dan cuenta de su sexo, profesión, altura, peso, presión arterial, habilidades, etc.
En rigor de verdad, lo único que llegamos a conocer, mediante la forma en que empleamos el intelecto corrientemente, es lo que elegimos de la realidad; es decir, lo que voluntariamente abstraemos de la misma. En consecuencia: vivimos prisioneros en un mundo de abstracciones, muy diferente del real. Matamos al cobayo en la mesa de vivisección separándolo en partes para saber cómo funciona, pero jamás podríamos volverlo a la vida juntando de vuelta sus vísceras. La vida del pobre animal se nos escapa sin conocerla, como se nos escurre a cada instante la vida real que nos rodea.
Salvo en los breves momentos del encuentro amoroso, de la vida en familia o del sano esparcimiento, nuestra existencia se desarrolla aislada y en completa ignorancia de las energías vitales, que son la trama de la vida. Para gozar de la existencia, precisamos del auxilio de elementos adicionales, como la ostentación, la fama, la admiración, cuando no el ruido, el embotamiento de los sentidos, o las drogas.
Hemos alcanzado un grado extraordinario de civilización, pero no sabemos aún cómo superar la melancolía, transformar obstáculos en oportunidades, ni generar la llama del entusiasmo.
La conciencia del occidental pasa a ser conciencia de formas, esto es, de ideas, de abstracciones, pero no de realidades.
Pero no queremos que se nos malinterprete: admiramos y necesitamos la plataforma cultural que hemos creado. Hemos aprendido a sobrevivir en el planeta y a enseñorearnos de él. Eso es digno de aplauso. Pero a pesar de todo ello, aún queda por descubrir la Realidad verdadera, la Realidad con mayúscula, las energías que tejen el Universo vital, sabio, inmenso y que nos protege porque somos pare de él. No podemos seguir viviendo con la actitud interior del hombre primitivo, que sale de la caverna a depredar.
Ante los graves problemas que presenta la humanidad de hoy, ante un mundo que parece que ha adoptado la beligerancia como el estado normal de convivencia entre pueblos, cabe adoptar una nueva actitud interior y calibrar una nueva mirada sobre las realidades.
Pero jamás hubiera aparecido esa grave parcialidad del pensamiento occidental si no fuese por haberlo confrontado con una racionalidad totalmente diferente, que hemos descubierto en un antiguo Oráculo proveniente de la más remota antigüedad china. Es el Libro de los Cambios (I-Ching), a cuyo estudio nos hemos dedicado durante años.
Su característica fundamental es que más que proporcionar información, este libro sirve para proyectar contenidos interiores. Por ello, puede decirse que constituye una excelente herramienta al servicio de la investigación de la vida anímica.
De esta fuente emerge una forma diferente de usar la mente, a la que hemos denominado “Pensamiento Transfigural”, que permite crecer en conciencia.
Y entonces, así como el canario liberado de su jaula descubre que más allá de ella hay aire y espacios que recorrer, la mente humana comprueba que liberándose de los signos del lenguaje que la aprisionan, puede retomar su evolución hacia planos superiores de conciencia.
En una palabra, el Pensamiento Transfigural nos libera de los cerrojos de signos que la sociedad materialista ha construido, invitándonos a fundar una nueva cultura, basada en el pleno desarrollo del potencial humano.